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Tenía ideas grandiosas,
magníficas, ella solía pensar que cuando fuera mayor sería muy feliz al
reconocer todos sus logros y, mirando a su globo mientras imaginaba una vida de
ensueño, se convirtió en adolescente.
En casa, en el colegio y en
la televisión todos le decían que la juventud era algo muy bonito, pues imaginabas
que podías cambiar el mundo, que todo era posible pero que, tarde o temprano,
la burbuja en la que vivías se explotaba.
Ella se negaba con decisión
a que su globo rojo, ya un poco desinflado, explotara.
Seguía sentándose en el
jardín de su casa y volvía a soñar, se salía del mundo en el que no le gustaba
vivir para imaginar un futuro mejor, un futuro que había cambiado un poco desde
que era tan solo una niña, pues sus prioridades no eran las mismas.
Sin siquiera darse cuenta,
el tiempo seguía pasando. Nadie se acercaba a la chica rara que se sentaba en
su jardín a mirar un globo. Se acostumbró a vivir en una realidad que no era la
suya con la vista puesta en un llamativo símbolo, que le recordaba a lo que
algún día sería.
El globo se hacía cada día más
y más pequeño, su juventud había pasado desapercibida, pues creía que a esa
edad no podría conseguir nada grandioso, para ella el mundo de los adultos era
lo que había esperado toda su vida.
Un día, cuando la señora del
globo rojo estaba sentada en su jardín observándolo, este explotó y ella se vio
obligada a mirar a su alrededor, encontró una realidad muy distinta a la que
había vivido durante tantos años.
Creyó que era demasiado
tarde y todos sus grandiosos sueños se esfumaron junto a ese globo rojo.
Es
muy fácil poner todas nuestras metas en un globo, ahí se ven mucho mejor. Sin
embargo, cuando lo hacemos olvidamos la parte más importante del mundo de los
sueños: trabajar para hacerlos realidad. Nunca es muy temprano o muy tarde para
empezar.
María Dueñas
Twitter: Wegweiser__
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