miércoles, 6 de febrero de 2013

Un ancianato para una


“¡Alma bendita que alegría, que hacen ustedes por acá!” Son las palabras de bienvenida de doña Sofía, una pintoresca y conmovedora “viejita” que vive en el barrio la sultana en el municipio de Dosquebradas en el departamento de Risaralda.

Para doña Sofía la palabra “ancianato” al parecer no causa mayor revuelo en ella, tal vez a sus 85 años de edad no se imagina como es una de estos lugares; pero sin darse cuenta doña Sofía habita desde hace 15 años en algo que se asemeja mucho a ese sitio, en donde el número máximo de ocupantes es de dos personas, pero para sus dos ocupantes este lugar no califica con este nombre si no que por el contrario es llamado “casita” y por si fuera poco estas dos personas hacen parte de la misma familia.
La vida de doña Sofía es lo que para muchos de los jóvenes de hoy en día sería considerado como una “vida muy desparchada” ya que su mayor entretenimiento es su viejo pero funcional radiecito y aquellas oraciones que desde muy niña su madre como a muchos de nosotros nos han enseñado; aunque estas son las únicas dos formas que tiene esta mujer de pasar sus días, ocasionalmente aquella rutina que a muchos les parecerá aburrida se ve interrumpida por el oportuno toc, toc, toc en la ventana de su cuarto; ese sonido solo puede indicar que ha llegado visita lo cual es algo fuera de lo común para esta mujer que no goza de constante compañía, ya que el segundo integrante de este ancianato o como lo llaman los dos “casita” no mantiene allí; Rufino, es el hermano menor de doña Sofía y aunque es su hermanito, este hace mucho dejo de requerir su cedula como única forma de comprobar que es mayor de edad y antes por el contrario sería necesario un buen tinte en su cabello como única forma de ocultar que ya anda por encima de los 65 años. Rufino se levanta todos los días desde muy tempranas horas del día para calentar el agua de panela que deja reposar para que doña Sofía horas más tarde encuentre en la cocina, para después salir con dirección hacia el centro de Pereira a buscar “que hay pa’ hacer” y así poder llevar algunos pesos a su casa y comprar galletas, panela, jabón de baño, papel higiénico, detergente y alguna que otra bobadita que a su mente no se le escape; mientras que a doña Sofía el escuchar ese sonido que solo significa compañía que alegrara por unos cuantos minutos aquellas tardes que tan solo están acompañadas por el sonido de su radio mal sintonizado, por la camándula con la que reza el rosario diariamente o como dice ella “acompañada por Dios y la virgen” es la mayor emoción que podría tener esta mujer en uno de sus días.
A diferencia de otras personas ya entradas en edad, doña Sofía no cuenta con una familia que se ocupe de ella o con nietos que la llamen abuela, ni mucho menos con una enfermera que atienda sus necesidades; Su artrosis en las rodillas ha limitado su vida a una cama, convirtiendo la ida a la cocina en una travesía que tiene como premio el encontrar aquella agua de panela que su hermano Rufino le ha dejado antes de irse, aunque, esta larga caminata a la cocina que es hecha en colaboración con las paredes no se compara en nada con la hazaña que significa el bañarse cada mañana o simplemente cumplir con sus necesidades fisiológicas y a pesar que estas cosas no son para nada agradables, para ella son detalles sin importancia y simplemente son “cosas de la vejes” que no debe tener en cuenta.
Al llegar la hora del almuerzo y a medio terminar la grata conversación con su visita que estuvo acompañada de preguntas, ironías, risas, consejos y oraciones llega el momento de que esta “señorita de tiempo completo” como se autodenomina, llene su estomago con algo más que agua de panela y galletas Saltinas. El menú en sus almuerzos es algo vario ya que esta al cuidado de todos sus vecinos que muy amablemente se encargan de velar porque doña Sofía reciba diariamente un buen almuerzo que está constituido por lo general de un buen plato de sopa, algún tipo de grano, el preciado arroz  y algo que no puede faltar en el almuerzo de un colombiano, la carne.
Sofia y Juan Carlos (Escritor de la crónica)
Así pues, doña Sofía aunque no vive en un ancianato como aquellos lujosos y extravagantes sitios ubicados a las afueras de la ciudad o en aquellos pequeños y modestos lugares en donde albergan a todos esos adultos mayores de los cuales nadie se quiere hacer cargo. Aunque Doña Sofía no cuenta con muchos de los beneficios con que cuentan en estos lugares ni mucho menos cuenta con una enfermera que le ayudase a ser más llevadera su artrosis, pero eso ¡sí! cuenta con una salud que muchas personas tal vez desean, una memoria que cualquier elefante pudiese envidiar y con un sentido del humor que muchos de los de su edad le envidiarían; no tiene un comedor en su casa ya que en la sala esta ubicado el cuarto de Rufino, no hay día en que doña Sofía se acueste sin comer y antes se da el lujo de variar cada día el menú y poder comer a domicilio; pese a que no tiene una sala de juegos en donde jugar bingo tiene un televisor que muy jocosamente se gano en una rifa a la cual no le invirtió ni un centavo  y que pocas veces enciende no por falta de canales si no por falta de costumbre pues le llama más la atención su viejo radio que aquella moderna caja que emite luces; nunca se casó o tuvo hijos que alegrarán su larga y emotiva vida no fue excusa para no tener familia y tiene muchos hijos, primos, nietos, hermanos, hermanas que son como ella. Llama a todas esas personas que a lo largo de su vida a conocido y que recibe periódicamente en su modesta casa.
Llegando al final de la conversación motivada por la visita, doña Sofía en un tono un poco triste se despide de sus visitantes con un “Dios me lo bendiga, mijo, me alegra mucho que hayan venido, bendito sea mi Dios que me los tiene aliviaditos” esperando pues que no sea la última vez en la que pueda ver aquellas caras que durante unos buenos minutos alegran aun más la vida de esta sencilla pero muy valiosa viejecita, a la cual como un último gesto antes de terminar con esta visita se le calienta ese cuncho de agua de panela que queda en la olla para que ya entrada la noche ella utilice para tomar antes de dormir.
Por ultimo su visita cierra la puerta de su casa no sin antes dejar a doña Sofía ubicada en su cama y terminan despidiéndola por la ventana de su cuarto, lugar donde empezó aquella nutrida conversación que termina solo viendo la sonrisa de aquella viejecita engalanada con sus canas y arrugas la cual solo demuestra ternura y amor por la vida, mientras la visita se aleja, ella enciende su radio coge su camándula y continua con aquella rutina que se vio felizmente interrumpida por aquellas personas que hoy más que nunca incluirá en sus oraciones.








Juan Carlos Betancur Ortiz








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